Riosucio, un municipio golpeado una y otra vez por el abandono, vuelve a ser reflejo de la indolencia oficial. En una bodega, mientras el tiempo pasa, permanecen guardados los mercados que fueron enviados desde el gobierno departamental para ayudar a las familias que lo perdieron todo por las inundaciones, los incendios o la pobreza que los rodea cada día. Afuera, en las calles, los rostros del hambre piden una oportunidad para sobrevivir, mientras los alimentos esperan fríos, apilados, como si el dolor tuviera que someterse a un trámite.
Duele y mucho ver cómo en el mismo pueblo donde algunos adultos mayores extienden la mano pidiendo “regáleme para completar el almuerzo”, hay comida guardada bajo llave, comida que podría aliviar la desesperación de cientos de familias. Duele ver a los niños caminar entre charcos y pantano, mientras los mercados se empolvan en una bodega oficial.
De otro lado el 31 de julio léase bien, 31 de julio, la administración municipal respondió a un derecho de petición del señor Darwin Lozano Murillo, presidente de Veeduchocó, donde se aseguró que “no se habían entregado ayudas materiales de tipo humanitario (kits de alimentos, aseo o albergue), en razón a que se encontraba en ejecución el proceso técnico de caracterización de la población afectada…”. Según esa respuesta, la supuesta caracterización era necesaria para “garantizar la eficiencia, equidad y transparencia en la distribución de los recursos”.
Hoy es 14 de octubre, y lo que parece claro es que la tal caracterización no ha terminado. Las aguas ya bajaron, las familias siguen esperando, y la ayuda continúa sin aparecer. ¿Fue esa respuesta una justificación para ganar tiempo o simplemente una manera elegante de ocultar la negligencia? Lo cierto es que los damnificados no han recibido ni una libra de sal.
Mientras tanto, quienes toman las decisiones en los escritorios del poder pueden darse el lujo de la lentitud. Quizás porque en sus casas no falta la comida, ni los refrigeradores vacíos les recuerdan lo que es el hambre. Esa lentitud, ese silencio y esa aparente tranquilidad duelen más que la inundación misma, porque reflejan algo más profundo: la indiferencia institucional ante el sufrimiento ajeno.
Desde nuestro medio, elevamos una voz de indignación y hacemos un llamado a los organismos de control para que investiguen las razones por las cuales los alimentos siguen almacenados, sin cumplir su verdadero propósito. Porque cada día que pasa sin que se entreguen, no solo se deterioran los productos, también se pudre la confianza de la gente.
Incluso hay denuncias de que, en la oscuridad de la noche, personas inescrupulosas estarían sacando algunos de estos mercados. Si esto se confirma, el escándalo sería doble: por la negligencia de unos y la corrupción de otros.
Riosucio no necesita discursos ni justificaciones técnicas. Necesita humanidad, acción y respeto por la dignidad de su gente. Porque en este pueblo, el hambre no se caracteriza: se siente.

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