En pleno corazón de Quibdó, frente a la Catedral y a lo largo de la siempre bulliciosa carrera Primera, cientos de personas —niños, jóvenes, adultos, docentes, familias enteras— se dieron cita para abrazar al Chocó. No fue solo un acto simbólico: fue una declaración colectiva contra el odio, tejida desde las aulas y llevada a las calles por estudiantes y maestros de la Institución Educativa Jorge Isaac Rodríguez, ubicada en el norte de la ciudad, una zona que ha conocido de cerca los estragos de la violencia.
Bajo el nombre “Chocó se abraza”, el encuentro desplegó nueve estaciones —llamadas “Combos”— que invitaron a detenerse, reflexionar y actuar. Cada una fue pensada como un puente entre el dolor del pasado y la esperanza del futuro:
- Combo Timón: Bienvenida con manos que tejen redes de cuidado.
- Combo Escucha: Un espacio para hablar de salud mental como pilar de la paz.
- Combo Semilla: Diálogo, reconciliación y la fuerza de seguir adelante.
- Combo Raíces: Música, danza, relatos ancestrales y hasta reciclaje como formas de resistencia cultural.
- Combo Puente: Talleres sobre inclusión, incluyendo “Ponte en mis zapatos”, un proyecto de la Escuela Normal de Quibdó dirigido a visibilizar las experiencias de personas con discapacidad auditiva.
- Combo Corazón: Un “termómetro emocional” para reconocer cómo nos sentimos y cómo afecta eso a nuestro entorno.
- Combo Faro: Concientización sobre la trata de personas, un flagelo silencioso pero presente.
- Puente de los Abrazos: Donde cada persona dejó un compromiso personal o institucional escrito en una cinta de colores.
- Zona de Celebración: Porque también hay que festejar: allí se cantó el cumpleaños al departamento, que el próximo 3 de noviembre cumplirá 78 años de vida administrativa.
Detrás de todo esto está el proyecto de aula “El combo sí está en mi escuela”, una iniciativa pedagógica que ya había llevado abrazos a otras zonas como El Reposo y el centro de Quibdó. Pero esta vez, con “Chocó se abraza”, la propuesta trascendió los muros escolares para convertirse en un movimiento comunitario.
Al final del recorrido, mientras sonaba una canción local y se agitaban globos blancos y banderas chocoanas, quedó claro algo fundamental: en medio de tantas dificultades, el Chocó sigue construyendo futuro —no con grandes discursos, sino con gestos cotidianos de empatía, escucha y amor por la tierra que nos acoge.
























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